Nos gustan porque son habitaciones que hemos conocido. Quizá no hay belleza en los objetos cotidianos de una casa de clase media o humilde, lo bello reside en lo que nos hacen recordar. El taburete donde aprendimos a atarnos los zapatos, el delantal donde se llevaban los pimientos del huerto a la cocina o la bolsa de la compra de rejilla con los apaños del cocido tienen el poder de despertar los sentidos y hacernos regresar a un pasado que para muchos ya no está.

Susan Bower retrata el fregadero de acero de su casa de Yorkshire (Inglaterra), donde no faltan los guantes amarillos de lavar platos, la botella de Fairy a medio usar y el conejito de cerámica de la marca Sylvac, donde guardamos el estropajo al terminar. Y Jane Dunne Borresen retrata los placeres sencillos de una taza de té con tostadas de mantequilla y el periódico del día o una taza de porcelana con chocolate caliente y una berlina en el borde del plato.

Bodegón. Susan Bower. @ Mall Gallery

Isabel Quintanilla, pintora de los realistas de Madrid, pintaba básicamente el interior de su casa. Realismo íntimo, lo llaman. La puerta de entrada, los teléfonos fijos ya descatalogados, los bodegones que salían de su nevera, las vajillas de Duralex o su máquina de coser Singer, eran su paisaje diario.

Antonio López nos ofrece un trozo de su intimidad en la obra realista Lavabo y espejo; Velázquez retrataba sencillas Viejas friendo huevos en plena faena doméstica como si hubieran conseguido la Rendición de Breda; Murillo dotaba a una familia sagrada de algo terrenal con la presencia de un pajarillo, una rústica rueca y un cesto con ropa limpia lista para doblar; mientras Zurbarán nos acerca a la cacharrería usada en los espacios más o menos elevados durante el Siglo de Oro.

Pepe Baena, el cronista pictórico de lo cotidiano

Puchero. Pepe Baena. @Galería María Porto & David Bardia

Hoy, uno de los cronistas pictóricos de lo cotidiano, uno de los narradores del spanish way of life es Pepe Baena (Cádiz, 1979), un pintor tardío (empezó a pintar con 31 años) que destaca por su estilo costumbrista, ese género pictórico que da un protagonismo regio a las escenas de nuestra vida, a los bodegones de nuestras mañanas o al desorden de nuestras estancias. Retratan una época. En este caso, la nuestra.

Los Cola-Caos con galletas, las tortas de Inés Rosales, sus hijos quitándose la arena de playa de los pies, el pescaíto frito y los botellines de Cruzcampo se exponen en Madrid, en la Galería María Porto & David Bardia (C/Villanueva, 40). Todo eso que vemos en sus cuadros es lo mismo que vemos en nuestras casas o lo que vivimos durante mucho tiempo en casa de nuestros padres y abuelos. Lo echamos de menos, y es que ahora sólo podemos desayunar porridge de avena y chía, al parecer.

«La pintura de Pepe es verdad. Al final todos nos vinculamos a lo cotidiano que nos muestra, ¿quién no se ha tomado un Cola-Cao con galletas? ¿O una patata frita con una cerveza? Todos. Son mundos muy cercanos que se convierten en obras de arte», explica la galerista María Porto.

Si miramos las imágenes de Baena dentro 50 años, veremos cómo era España, cómo éramos nosotros y cómo poníamos el desayuno a aquellos niños que ya hilvanan los problemas de los adultos. Miramos con ternura y nostalgia las migas en la mesa o en la encimera de la cocina, sonreímos con picardía cuando vemos la litrona de cerveza apostada en la arena de la playa o recordamos lo feo que era el hule de casa de nuestra abuela cuando vemos el mantel de plástico de la obra de Sara con la bisnona, de Pepe Baena. Ya casi nadie pone hules, ¿no?

«Creo que lo cotidiano siempre han sido obras de arte. La gallinita ciega, Los borrachos, La fragua, etc. Al final, en cada época de la historia han sido obras de arte. No es tan extraño, la cotidianidad de Pepe Baena es su Cádiz, su pescaíto, sus patatas fritas con una cervecita, su abuela, etc. Al final la historia de la pintura se ha hecho así. La joven de la Perla tiene su cotidianidad, aunque con una época y una forma de vestir es diferente, claro. A mí el bodegón contemporáneo me gusta mucho», añade Porto en una llamada telefónica.

Igual que Quintanilla, también Baena tiene una mesa de Singer entre sus obras. En esta ocasión, en lugar de acoger labores de costura, acoge un bodegón de puchero. «Tiene todos los productos e ingredientes esparcidos por el pie de la máquina, preparados para ser echados a la olla. Son recuerdos que todos tenemos de infancia, ahora yo no hago pucheros con los tiempos que llevo; pero todo eso lo hemos visto en casa, como el cuarto de lavadora o el cuarto de baño como el de Antonio López, que se ha convertido en una de sus obras más destacadas».

Sara con la bisnona. Pepe Baena. @ Galería María Porto & David Bardia

«El bodegón es un género muy apegado a la tradición española y me divierte mucho que los contemporáneos sigan pintando bodegones. Creo que es la tradición en el S. XXI, con sus guiños de renovación. En el caso de Pepe Baena, los Cola-Caos con galletas son los que toman sus hijos, lo que pasa es que son Dinosaurios, la versión moderna de nuestras galletas María. Creo que si soy abuela, les daré a mis nietos ese mismo desayunó que tomé yo y que tomó mi hijo», advierte.

La reconexión con el público joven

Silla de playa. Pepe Baena. @ Galería María Porto & David Bardia

Descubre la galerista, además, que con esta exposición de Pepe Baena en la Galería María Porto & David Bardia de Madrid «está pasando una cosa muy interesante, y es las visitas de gente joven que estamos teniendo, son históricas. A través de esta cotidianidad de la que hablamos, estamos llegando al punto de hacer que las nuevas generaciones vuelvan a tener interés por la pintura. Mucha gente joven está comprando arte por primera vez, sobre todo a través de las serigrafías (las cuales rondan precios de entre 350 – 400 euros)».

Y es que, como apunta Ana Iris Simón, los cuadros de Pepe Baena son «lo contrario a Instagram, ese espacio en el que la belleza está completamente desligada de la verdad. En sus pinturas ocurre justo al revés: lo bello emana de que lo que pinta es verdadero». Es por ello, detalla Porto, que «Pepe conecta con todo el público, no sólo con el que tiene conocimientos de arte o composición, sino con todo el mundo, porque nos da una conexión inmediata con nuestra infancia y nuestros recuerdos, con algo que todos llevamos dentro».

El Fairy sigue en casa, pero el Ajax de Quintanilla apenas se ve; ahora los vasos de Duralex están otra vez de moda, pero también eso pasará. Es complicado que algo se quede para siempre, por eso adoramos las pinturas que nos recuerdan que todo eso que vemos un día sucedió y nosotros lo vivimos.

@MaríaVillardón